Fue por aquel verano de 1825, una noche de San Juan. Cuando despertaron la cama se había movido medio metro de la pared, un crucifijo yacía en el suelo hecho añicos, se había cumplido el conjuro, por entonces sus manos se habían vuelto pericones rojos para dar aire al fuego de la pasión, y no ardieron porque Dios no quiso.
De sus bocas brotaban manantiales de peces de colores en la alborada.
Este año ha vuelto a pasar, con la ausencia del crucifijo, solo un par de angelitos que sonreían pícaramente guiñándoles un ojo.
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3 comentarios on "Aquelarre"
Dios nunca quiere que ardamos.
De eso se encarga el diablo ...que a veces se disfraza de angelito.
¿Como que se disfraza?
¿No lo es?
(Al menos uno de mis deseos se ha cumplido. Jeje.)
Por cierto, que no consigo ver la imagen que le has adjuntado al post.
Ni el otro día, ni hoy.
:(
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